martes, 23 de marzo de 2010

Terremoto Recursero

Christian Valenzuela J.

Hay tres opciones ante el actual escenario post terremoto que enfrentan la Carrera de Ingeniería en Recursos Naturales Renovables y el Departamento de Ciencias Ambientales y RNR, cuyas dependencias ubicadas en el cuarto piso del Campus Antumapu se encuentran francamente en ruinas: reparar, reconstruir y construir.

De la primera ni hablar, para los que no saben ya se hizo después del terremoto de 1985 y el resultado después del terremoto de 2010 todos lo conocemos. Hay quienes ven como óptima a la segunda opción, dicen que la estructura del edificio “E” del campus ―originalmente tan solo de tres pisos― tiene los cimientos tan sólidos que podría aguantar unos 15 pisos más sin ningún problema. Tal vez sea cierto, pero hay un gran problema: sus columnas principales sólo alcanzan tres pisos y construir encima del techo tiene la dificultad de que se hace sobre un suelo hueco después de unos cuantos centímetros, en donde los pilares fundacionales no podrían alcanzar gran profundidad y por ende tampoco buena estabilidad de la teórica construcción. No obstante, si los señores del IDIEM dicen (o si las autoridades dicen que ellos dicen) que sí se puede llevar a cabo la segunda opción, poco se puede argumentar en un plano netamente estructural. Aún así, me dedicaré en el resto de este artículo a argumentar porqué la tercera opción es la indicada.

Dentro de todo lo negativo que conllevan los terremotos también hay consenso en que son etapas de oportunidades. Si revisamos la breve pero tupida historia recursera, encontraremos que un viejo anhelo, tanto de estudiantes como de académicos, es tener un espacio donde el quehacer de la carrera y el departamento pueda desarrollarse plenamente y sin las actuales limitaciones.

En efecto, hay ocasiones en que los alumnos no caben en las salas de clases o no hay computadores suficientes para todos, lo que conlleva que, a pesar de que IRNR es la carrera con mejores puntajes PSU de Antumapu ―y la única en ascenso―, no podamos aumentar la matrícula de 45 a 60, por ejemplo. La futura acreditación de la carrera también está limitada ¡no hay laboratorios suficientes acorde a la instrucción que reciben los recurseros!. Sumemos además que los académicos del único departamento que realmente se preocupa por nosotros no tienen todos un espacio propio de trabajo, a veces inclusive debiendo alternar oficinas. Tampoco hay espacio suficiente para quienes ejecutan proyectos ganados por el departamento, y así suma y sigue.

Si algo hizo el terremoto en Antumapu, además de botar un par de estructuras, es recordarnos todas las falencias que arrastramos desde antes, esas que ya habíamos olvidado, conformándonos con lo que había. En ese sentido, el Decano fue reivindicador ―dentro de lo esperable― en la asamblea del pasado martes 16 de marzo, sabía que el descontento de la comunidad recursera se haría patente tras las consecuencias del terremoto y prometió hacer crecer la carrera y el departamento habilitándole laboratorios en el tercer piso y extendiendo un reconstruido cuarto piso en dirección sureste por encima de las aulas del Ciclo Básico. No solo eso, además prometió un nuevo Laboratorio de Ecología, como insinuando ―quizás inconscientemente― que a los recurseros ese es el único tema que nos interesa o incumbe.

A pesar de que estas promesas fueran verdaderas, no debemos olvidarnos de muchos otros aspectos que se dejan de lado con un simple remozamiento de la estructura superior del edificio “E”, a saber: 1. IRNR y el DCA&RNR se encuentran en el último rincón vertical de la Facultad, cuan ermitaño está metido en su cueva en lo alto de una montaña, situación que nos hace perder visibilidad y protagonismo frente a los otros actores del campus; 2. Resulta inconcebible que en un campus de 300 hectáreas, donde hay múltiples espacios mal aprovechados, se decida construir sobre una estructura que con tres pisos es buena pero que con una cuarta planta mostró deficiencias ¡en dos terremotos!; y 3. “En casa de herrero, cuchillo de palo” es un adagio popular que se le aplica muy bien a la comunidad recursera: quienes nos enseñan y quienes somos instruidos sobre gestión de desastres o eficiencia energética, por ejemplo, no tenemos un edificio con vías de evacuación bien establecidas y señaladas ni tampoco un buen aprovechamiento de la luz solar ¡insólito!.

Siempre que se piensa en nuevas construcciones en Antumapu aparece el raciocinio de la reubicación, ese que con muy buenos argumentos y más allá del arraigo romántico nos dice que permanecer en la “Tierra del Sol” es una locura y que deberíamos reubicar a las facultades en otro sitio, ahogando de un plumazo cualquier idea de nueva infraestructura. No obstante, y después de muchos años sin ver mejoras, el 2010 nos recibe con nuevos baños en la biblioteca y al lado del casino, por lo cual es presumible que no nos iremos de Antumapu en un futuro próximo. En ese escenario, ahogar el sueño de nuevas instalaciones ―que dicho sea de paso, no tienen porqué desaprovecharse ante un eventual cambio de campus― parece absurdo.

Se podría argumentar que para enfrentar la emergencia la opción más loable es la segunda, sin embargo, en palabras del mismo Decano, es posible reorganizar los departamentos de la facultad, optimizando el espacio disponible para que el DCA&RNR esté unido, acción mucho más sensata a la espera de una solución definitiva. No nos “hagamos los locos” con el tema, en Chile las soluciones “parche” al final son ―en la mayoría de los casos― de muy largo plazo. Si no cree, investigue sobre un programa de Fernando Villegas llamado “Chile a medias”, transmitido sin mucha atención del público un par de años atrás por las pantallas de Chilevisión.

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